El 22 de febrero de
1942 una pareja de europeos apareció muerta y abrazada en el lecho de su casa
de Petrópolis, localidad muy próxima a Río de Janeiro. Era la compuesta por el
escritor austriaco de origen judío Stefan Zweig y su esposa Lotte.
El certificado
oficial de óbito, que se realizó apresuradamente y con intervención de las
altas autoridades brasileñas −se habla incluso de órdenes expresas del
presidente Getúlio Vargas−, señaló “el suicidio por ingesta de sustancia
tóxica” como causa común del fallecimiento. ¿Qué pudo haber llevado a la pareja
a tomar una alta dosis de Varonal en un lugar idílico como aquél de la sierra
carioca y en un país que los había acogido con admiración y que el propio Zweig
había ensalzado como a ningún otro en una de sus últimas obras? Precisamente,
una de las cartas que dejó a manera de despedida iba dedicada al gigante
sudamericano. Tanto en ella, como en el resto de cartas que dirigió a sus seres
queridos, aclaraba que ambos se habían quitado la vida ante el horror que les
causaba el avance del nazismo en Europa y la convicción de que acabaría por
extenderse universalmente. Otra de las razones personales esgrimidas era la
imposibilidad de acceder allí a todos los libros que necesitaba para continuar
con su proyectos de escritura...
De este modo tan desesperado
se ponía fin a una de las carreras literarias más prolíficas y admirables del
pasado siglo. También a la voz de un hombre que dio muestras desmedidas de sensibilidad,
independencia, tolerancia y humanidad a lo largo de toda su vida. Según su propio
testimonio en la autobiografía póstuma El
mundo de ayer: memorias de un europeo, él era un escritor de familia judía,
agnóstico y de derechas, que había vivido tres vidas en una. La primera
correspondería a su etapa de formación en Viena, en cuya universidad se doctoró
en Filosofía y donde conoció la efervescencia cultural y artística del cambio
de siglo, que lo animó desde edad temprana a escribir. La segunda, a partir de
1913, cuando se estableció en Salzburgo y viajó también por Europa, Asia y
Norteamérica. Fue su etapa de mayor actividad profesional, en la que desplegó
todas sus facetas como escritor, biógrafo, ensayista y periodista, las cuales
le reportaron un amplio reconocimiento del público internacional. Vivió en ella
también su primer matrimonio, así como el inciso de la I Guerra Mundial, conflicto
al que se enfrentó desde el primer momento, debido a sus convicciones antibelicistas
y antinacionalistas. La tercera y final, sería a partir de 1938 coincidiendo
con su segundo matrimonio y con el estallido de la II Guerra Mundial. La
presión y amenazas que sufrió por parte del nazismo lo forzaron a exiliarse en
diversos países, acabando sus últimos años en Brasil, tierra que lo impresionó
y sedujo, y a la que consagró Brasil:
país de futuro (1941), una descripción geográfica que aún hoy maravilla por
la belleza y efusión con que fue compuesta.
Aunque escribió
formidables novelas tales como La
impaciencia del corazón (1939) o
Novela de ajedrez (1941), en las que seguía estela de grandes autores de
lengua alemana contemporáneos suyos como Kafka, Thomas Mann o Robert Musill, el
valor de Zweig no radica tanto en este campo como en otros en los que se
desempeñó con absoluto brillo y originalidad. Así por ejemplo, sus biografías
noveladas de personajes famosos constituyen un modelo todavía insuperado, entre
ellas: Fouché, el genio tenebroso
(1929), María Antonieta (1932), María Estuardo (1934) o Castellio contra Calvino (1936). Igualmente
sus estudios combinados de artistas o literatos, como el conocido Tres maestros: Balzac, Dickens, Dostoievski
(1920).
Otra de sus grandes
contribuciones cabe hallarla en el ámbito del relato o de la novela corta. Carta de una mujer desconocida (1927),
inspiradora de la película de Max Ophüls, es un
testimonio apasionado y desgarrador; una narración epistolar que condensa
en poco más de ochenta páginas el amor obsesivo de una mujer por un escritor
famoso. Leporella (1935), por su
parte, retrata con agudeza a una sirvienta de un noble moderno, jugando a
revivir en femenino al inolvidable lacayo de la ópera Don Giovanni. Y ¿Fue él?, publicada
tan sólo en 1987, tiene por protagonista a un animal: un cachorro de bulldog
que desencadena una tragedia en la campiña inglesa y a quien Zweig logra
impregnar de rasgos casi humanos.
Destacó también en
el género del ensayo y en la creación de géneros mixtos, tan en boga hoy en
día, en los que mezclaba la crónica histórica con la tradición literaria del
cuento o del relato corto. Sus Momentos
estelares de la humanidad (1927) está constituido por catorce miniaturas
históricas que nos narran otros tantos momentos caprichosamente escogidos por el
autor. En estas piezas, la caída de Bizancio, los últimos amores de Goethe o la
transmisión de las primeras palabras entre Europa y América a través del cable
telegráfico tendido en el océano, cobran una vida y vibran como sólo un consumado
artista puede alcanzar por medio de las muestras palabras.
La escritura de
Zweig admite todos los calificativos: sensible, delicada, vigorosa, elegante,
rítmica, sofisticada, fluida, viva... Pero, en último extremo, hay un adjetivo
que sintetiza quizá a todos los anteriores: emocionante.
Tras el lubricado engranaje de artificios que se ponen en juego en su prosa,
toda ella apela en última instancia a sentimientos y conflictos del alma humana. La
pasión y maestrías con que está tejida la conducen directamente al corazón del
lector, al que siempre acaba por conquistar y conmover, como en su celebrada
novela.
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