Como ya es costumbre desde hace unos años,
cada primavera viene acompañada de una nueva criatura, de esas imaginarias que tanto
cuesta traer al mundo, y más aún, publicarla y darla a conocer. En este caso,
se trata de una novela: EL BERBIQUÍ, y no es nueva, sino antigua.
Acabé de escribirla a finales de 2006, aunque solo ahora me he lanzado a
publicarla. Os preguntaréis por qué…
A veces, un autor tiene dudas sobre su propia obra. No sobre su razones; creo
que uno siempre escribe por necesidad, y si se plantea sacar adelante una
novela, tarea que, en el mejor de los casos, va a suponerle un par de años de árida
reclusión, es porque siente la necesidad de contar determinada historia. Pero
hay ocasiones en que las dudas sobrevienen luego, más en cuanto a su alcance o
enfoque. En el caso de El berbiquí,
siempre tuve claro que quería contar una historia de padecimiento individual. El
título y algún episodio (como el de la pesadilla central) estaban en mi cabeza
desde hacía mucho, casi desde la adolescencia, de modo que no hubo tal vacilación
inicial. Comencé a escribirla, a mano, en el verano de 2002, y la acabé, en el
teclado de mi portátil, a finales de 2006, según consta en el Registro de la Propiedad
Intelectual. Las dudas respecto a la novela provienen de su principal
característica: su dureza y su oscuridad.
UNA HISTORIA OSCURA, ¿POR QUÉ?
El berbiquí es quizás la novela más oscura que he escrito,
una historia de sufrimiento, soledad y misticismo, con tintes de ficción
futura. Mi gran dilema al acabar de escribirla, y de releerla en el tiempo, ha
sido el siguiente: “¿Puede un relato tan duro, tan premeditadamente oscuro, interesar
al lector de hoy? ¿Acaso cabe mostrarla a quienes tratan a diario con el
whatsapp, con el mundo hipercambiante de Internet, y que no tienen (no tenemos)
tiempo ni ganas para sumergirnos en una historia así?”. Sinceramente, mi dilema
no ha hallado respuesta. Creo que El
berbiquí es una historia que, en cierto modo, va en contra de los tiempos. Habla
de realidades dolorosas, y en un tono que intenta transmitir ese dolor y esa
angustia. Su narrador nos cuenta, en primera persona, su proceso de
hundimiento, y no lo hace desde una perspectiva alejada o serena, sino desde el
propio sufrimiento, en caliente. Como autor, y a pesar de la dificultad de
enfrentarme a una historia así, finalmente me he convencido de que era
necesario publicarla, y hablar de ella, al igual que le sucede al bibliotecario
de los primeros capítulos. No para ofrecer una solución, un producto literario
acabado y redondo, sino para transmitir el interrogante de fondo a quien se
asome a ella. Creo que la fuerza y el valor de la novela están precisamente en la
componente de conmoción que lleva dentro de sí. Y en el estilo imperfecto con que trata de expresarla.
CRISIS FÍSICA Y ESPIRITUAL
La novela se relaciona necesariamente con la palabra crisis: está escrita y
ambientada en los años previos a la que actualmente vivimos, los años de auge
del capitalismo y de máximo crecimiento económico. La trama plantea, en sí
misma, una gran crisis, aunque no de carácter económico o social, sino físico y
espiritual. Su protagonista es Markus,
un ejecutivo a cargo de un ambicioso proyecto tecnológico, con el que pretende
superar su reciente separación de Beatriz. Cuando más concentrado se halla en la
ejecución de un proyecto, Markus sufre una extraño shock que lo obliga a ingresar en el hospital. Le detectan un
comienzo de EPOC, una dolencia respiratoria crónica. A partir de ahí, su vida
inicia un escalonado descenso a los infiernos, en el que tan solo la presencia
de su hija Ana le dará fuerzas para seguir.
TRAMA URBANA
Un aspecto fundamental de la novela es la descripción del ambiente y de las
circunstancias que rodean a Markus en ese proceso de hundimiento. La sucesión
de crisis y dolencias tiene siempre como escenario la ciudad, y en concreto
tres urbes de ficción, si bien reconocibles: Matrice, Londinium y Amsteluria. Me
ha interesado reflejar el rostro posmoderno de estas metrópolis imaginarias:
sus infraestructuras, rascacielos, aeropuertos, estaciones, vías de
circunvalación, túneles, hospitales, trenes suburbanos…, aquello de lo que a
menudo más presumen, pero que las hace precisamente más frías e impersonales. Los
sucesos capitales de la novela acontecen en estos espacios. Me ha interesado
también el mundo de la noche en la ciudad. A lo largo tres capítulos centrales,
el protagonista realiza un intenso recorrido por ese mundo (o submundo), comenzando
en una salida de juerga con sus compañeros, hasta dar con sus huesos en un
local de alterne, lo que se entiende como una metáfora de su caída personal.
Hay una descripción exhaustiva de los lugares, de las atmósferas y de los tipos
urbanos que se va encontrando en ese periplo.
DIMENSIÓN RELIGIOSA
Pero el aspecto más controvertido de la novela quizás sea su evolución
final. En el tramo último de su enfermedad, Markus acaba en una residencia para
enfermos del pulmón, donde creerá percibir la presencia de una fuerza superior
de naturaleza mística. La historia tiene una componente religiosa innegable. El
protagonista dirige todo su sufrimiento sin respuesta a la vía de la redención
espiritual. Es una novela anti-posmoderna, desde el momento en que concluye con
una serie de diez oraciones. Estas oraciones se conciben como salmos modernos, confusos,
llenos de imágenes oníricas salidas del interior de un alma angustiada, y
quizás bajo el delirio de la enfermedad.
ESTRUCTURA & ESTILO
La novela se construye en 3 partes, que se corresponden con 3 voces
distintas en tono, narradas siempre en primera persona. La primera, por el
bibliotecario de la residencia donde ingresa Markus al final de sus días. La
segunda, y más extensa, es la crónica en primera persona de Markus. La tercera,
a modo de diario, son las oraciones que dirige a esa fuerza superior con que se
reconcilia en los últimos momentos de su vida.
He perseguido que el estilo fuera vivo, desbordado, asfixiante por momentos;
rico en la pintura de ambientes y también de los estados de ánimo; de sintaxis
barroca en ocasiones y, muy a menudo, expresionista. Algunas descripciones se
plantean como profusas sucesiones de adjetivos o de sustantivos, en los que no
hay verbos, sino pura aposición. Y siempre con el yo narrativo como referente,
intentando reflejar la angustia que devasta las entrañas del narrador.
Disponible en ediciones Éride
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