domingo, 11 de mayo de 2014

EL BERBIQUÍ



Como ya es costumbre desde hace unos años, cada primavera viene acompañada de una nueva criatura, de esas imaginarias que tanto cuesta traer al mundo, y más aún, publicarla y darla a conocer. En este caso, se trata de una novela: EL BERBIQUÍ, y no es nueva, sino antigua. Acabé de escribirla a finales de 2006, aunque solo ahora me he lanzado a publicarla. Os preguntaréis por qué…

A veces, un autor tiene dudas sobre su propia obra. No sobre su razones; creo que uno siempre escribe por necesidad, y si se plantea sacar adelante una novela, tarea que, en el mejor de los casos, va a suponerle un par de años de árida reclusión, es porque siente la necesidad de contar determinada historia. Pero hay ocasiones en que las dudas sobrevienen luego, más en cuanto a su alcance o enfoque. En el caso de El berbiquí, siempre tuve claro que quería contar una historia de padecimiento individual. El título y algún episodio (como el de la pesadilla central) estaban en mi cabeza desde hacía mucho, casi desde la adolescencia, de modo que no hubo tal vacilación inicial. Comencé a escribirla, a mano, en el verano de 2002, y la acabé, en el teclado de mi portátil, a finales de 2006, según consta en el Registro de la Propiedad Intelectual. Las dudas respecto a la novela provienen de su principal característica: su dureza y su oscuridad.


UNA HISTORIA OSCURA, ¿POR QUÉ?
El berbiquí es quizás la novela más oscura que he escrito, una historia de sufrimiento, soledad y misticismo, con tintes de ficción futura. Mi gran dilema al acabar de escribirla, y de releerla en el tiempo, ha sido el siguiente: “¿Puede un relato tan duro, tan premeditadamente oscuro, interesar al lector de hoy? ¿Acaso cabe mostrarla a quienes tratan a diario con el whatsapp, con el mundo hipercambiante de Internet, y que no tienen (no tenemos) tiempo ni ganas para sumergirnos en una historia así?”. Sinceramente, mi dilema no ha hallado respuesta. Creo que El berbiquí es una historia que, en cierto modo, va en contra de los tiempos. Habla de realidades dolorosas, y en un tono que intenta transmitir ese dolor y esa angustia. Su narrador nos cuenta, en primera persona, su proceso de hundimiento, y no lo hace desde una perspectiva alejada o serena, sino desde el propio sufrimiento, en caliente. Como autor, y a pesar de la dificultad de enfrentarme a una historia así, finalmente me he convencido de que era necesario publicarla, y hablar de ella, al igual que le sucede al bibliotecario de los primeros capítulos. No para ofrecer una solución, un producto literario acabado y redondo, sino para transmitir el interrogante de fondo a quien se asome a ella. Creo que la fuerza y el valor de la novela están precisamente en la componente de conmoción que lleva dentro de sí. Y en el estilo imperfecto con que trata de expresarla.


CRISIS FÍSICA Y ESPIRITUAL
La novela se relaciona necesariamente con la palabra crisis: está escrita y ambientada en los años previos a la que actualmente vivimos, los años de auge del capitalismo y de máximo crecimiento económico. La trama plantea, en sí misma, una gran crisis, aunque no de carácter económico o social, sino físico y espiritual. Su protagonista es Markus, un ejecutivo a cargo de un ambicioso proyecto tecnológico, con el que pretende superar su reciente separación de Beatriz. Cuando más concentrado se halla en la ejecución de un proyecto, Markus sufre una extraño shock que lo obliga a ingresar en el hospital. Le detectan un comienzo de EPOC, una dolencia respiratoria crónica. A partir de ahí, su vida inicia un escalonado descenso a los infiernos, en el que tan solo la presencia de su hija Ana le dará fuerzas para seguir.

TRAMA URBANA
Un aspecto fundamental de la novela es la descripción del ambiente y de las circunstancias que rodean a Markus en ese proceso de hundimiento. La sucesión de crisis y dolencias tiene siempre como escenario la ciudad, y en concreto tres urbes de ficción, si bien reconocibles: Matrice, Londinium y Amsteluria. Me ha interesado reflejar el rostro posmoderno de estas metrópolis imaginarias: sus infraestructuras, rascacielos, aeropuertos, estaciones, vías de circunvalación, túneles, hospitales, trenes suburbanos…, aquello de lo que a menudo más presumen, pero que las hace precisamente más frías e impersonales. Los sucesos capitales de la novela acontecen en estos espacios. Me ha interesado también el mundo de la noche en la ciudad. A lo largo tres capítulos centrales, el protagonista realiza un intenso recorrido por ese mundo (o submundo), comenzando en una salida de juerga con sus compañeros, hasta dar con sus huesos en un local de alterne, lo que se entiende como una metáfora de su caída personal. Hay una descripción exhaustiva de los lugares, de las atmósferas y de los tipos urbanos que se va encontrando en ese periplo.


DIMENSIÓN RELIGIOSA
Pero el aspecto más controvertido de la novela quizás sea su evolución final. En el tramo último de su enfermedad, Markus acaba en una residencia para enfermos del pulmón, donde creerá percibir la presencia de una fuerza superior de naturaleza mística. La historia tiene una componente religiosa innegable. El protagonista dirige todo su sufrimiento sin respuesta a la vía de la redención espiritual. Es una novela anti-posmoderna, desde el momento en que concluye con una serie de diez oraciones. Estas oraciones se conciben como salmos modernos, confusos, llenos de imágenes oníricas salidas del interior de un alma angustiada, y quizás bajo el delirio de la enfermedad.

ESTRUCTURA & ESTILO
La novela se construye en 3 partes, que se corresponden con 3 voces distintas en tono, narradas siempre en primera persona. La primera, por el bibliotecario de la residencia donde ingresa Markus al final de sus días. La segunda, y más extensa, es la crónica en primera persona de Markus. La tercera, a modo de diario, son las oraciones que dirige a esa fuerza superior con que se reconcilia en los últimos momentos de su vida.
He perseguido que el estilo fuera vivo, desbordado, asfixiante por momentos; rico en la pintura de ambientes y también de los estados de ánimo; de sintaxis barroca en ocasiones y, muy a menudo, expresionista. Algunas descripciones se plantean como profusas sucesiones de adjetivos o de sustantivos, en los que no hay verbos, sino pura aposición. Y siempre con el yo narrativo como referente, intentando reflejar la angustia que devasta las entrañas del narrador. 

Disponible en ediciones Éride

No hay comentarios: