El
último encargo operístico que Mozart recibió en vida fue un drama serio de
ambientación clasicista con vistas a ser estrenado en la coronación del rey de
Bohemia Leopoldo II. El plazo para la entrega de la obra era tan extremadamente
apurado que, con anterioridad a él, la competencia directa, Salieri, ya había
tenido que declinarlo. Acuciado por las penurias económicas, así como por su
debilidad física, el genio de Salzburgo lo asumió, a la par que remataba otras
dos de sus obras postreras y más aclamadas, La
flauta mágica y el Réquiem.
Recurrió
para ello a un libreto ya existente del gran poeta Metastasio sobre la figura
del emperador romano Tito y completó la partitura en el tiempo récord de seis
semanas. De este modo, y como era habitual en él, andaba peleándose con las
últimas notas de la obertura en la víspera de la premier. Fue estrenada el 6 de septiembre de 1791, veinticuatro
días antes que la niña bonita de La
flauta, y su acogida resultó, con todo, bastante agradecida en los teatros de
Europa. Sin embargo, con el cambio de siglo y los nuevos gustos románticos, la
ópera se vio relegada hasta caer en el olvido. Fue en cierto modo
cortocircuitada.
La obra,
hoy en día, a pesar de los esfuerzos por recuperarla para la escena
internacional, no soporta, tristemente, el parangón con cualquiera de sus
hermanas mayores. La sensación de cortocircuito se cierne sobre diversos
aspectos de ella, lastrándola en su conjunto. El libreto es demasiado serio
para lo que Mozart nos tiene acostumbrados en sus colaboraciones con el genial
Da Ponte. La mezcla de elementos de gran tragedia histórica con pasiones y
enredos de telenovela se le atraganta al maestro y apenas hay una gota de humor
en toda la obra. En el plano de la música, nadie niega la facilidad de notas y
acordes, pero hay algo que no funciona como en otras ocasiones. Las melodías no
fluyen con igual luz y hermosura; hay una sobreabundancia de recitativos; las
voces parecen repartidas de modo descompensado: demasiado peso de las
“femeninas” (sopranos y mezzos; estas
últimas, castrati en origen) frente a
las desprotegidas masculinas. Se diría que la corriente alterna de La clemenza sufre continuas caídas de
tensión, ya desde el origen de su creación artística.
La
producción recién concluida en el Teatro Real se remonta al año 1982 y rinde
homenaje a su principal responsable, y director artístico del propio teatro
entre 2010 y 2013, Gerard Mortier. Se trata de un montaje inteligente que no
persigue enmascarar los desequilibrios, sino presentarlos en su desnudez
integral. La escenografía se reduce a un espacio interior, cúbico, blanquecino
y diáfano, con grandes portones en sus paredes, a través de los cuales se van
asomando sucesivos motivos de la antigüedad clásica. El planteamiento teatral
incide en las pasiones ocultas y en las traiciones que mueven a los romanos
protagonistas, encarnados en correctas voces mozartianas. Sobresalen en sus
papeles de mezzo Monica Bacelli, como
Sesto, y Sophie Harmsen, como Annio. Muy atinado, como de costumbre, el coro
del Real, comandado por Andrés Máspero.
En cuanto a la dirección musical de Christophe Rousset, luces y sombras. Acierta
en el tono a menudo solemne de la partitura, que resalta los valores ilustrados
de justicia, clemencia y magnanimidad, presentes en el libreto. Sin embargo,
los recitativos secos –a cargo de un discípulo de Mozart–, sin acompañamiento
musical y con largos silencios entre ellos, se hacen difíciles de digerir y
bien podían haber sido suavizados de algún modo por los ardides teatrales.
Así
pues, una representación que nos sirve para desempolvar una de las óperas menos
conocidas del salzburgués, acometida en momentos muy complicados para él: el
final de su trayectoria como músico. Y para constatar que, incluso los genios
como él, tienen derecho, no ya a desentonar, verbo que jamás cabe conjugar con
Mozart, sino, simplemente, a no estar siempre tocados por la celeste
inspiración.
Reseña publicada originalmente en
Culturamas (2/12/2016)
Fotografías tomadas de la producción del Teatro Real de Madrid, del 19 al
28 de noviembre de 2016
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